martes, 9 de noviembre de 2010

Síntesis de una pereza.




Querida Amiga:

Ya está aquí el otoño. Hoy he visto como las hojas amarillas volaban frenéticamente, despertadas con violencia por la máquina ruidosa que sopla de un ser amarillo, o impulsadas por este viento que te puede llevar a la locura si te dejas llevar por su canto frío.

Me he duchado y he comprobado como también el otoño pasa por mi cuero cabelludo arrancando los cada vez más espaciados pelos. He pensado que me da igual. El que me quiera o deje de quererme por la densidad demopelográfica de mi cabeza es, definitivamente, un gilipollas.

He abierto la nevera y he descubierto que no tenía leche. Mierda. Ayer me acosté sin cenar y un poco intoxicado por la rubia y tengo una hipoglucemia considerable, así que me he apretado la parte colombiana del café con leche, desencadenando la inevitable reacción gástrica escatoaromática.

He pasado la escoba y he comprobado que debería haber cerrado las ventanas antes de hacer un montoncito con los pelos de mi perra, el polvo industrial y las células muertas de mi piel. Este material de deshecho que hasta ayer estaba en el suelo, está ahora por toda la casa, y me he mosqueado tanto conmigo mismo que me he prohibido barrer en una temporada.

Ahora sale el sol. Me imagino que habrá negociado servicios mínimos con las nubes. Sale tímidamente, como si tuviera miedo de los piquetes de la borrasca. Debería aprovechar para tender la ropa que lleva desde el sábado limpia en la lavadora. Pero no me apetece.

Pienso en unos ojos y en seguida recuerdo que no debo mirarlos más allá de los aspectos puramente fisonómicos. Me da rabia, pero es lo que hay, y creo que eso no va a cambiar.

El pollo está en el microondas. Lo bueno de estar sin trabajar es que uno retoma la costumbre de cocinar, en vez de comerse por ahí un bocata de partes no identificadas del puerco. Eso devuelve, en cierto modo, la sensación de que uno es humano. Sin embargo, creo que terminaré por no hacer nada. Mi cuerpo está empezando a gritar que es la hora del letargo invernal.

Voy a coger la guitarra. Me apetece, aunque sé que con estas manos gélidas lo más que voy a conseguir es hacer alguna versión dudosa del cumpleaños feliz. No sé, me lo voy a pensar.

Qué pereza...