viernes, 30 de octubre de 2009

Mi perra y la melancolía. Una historia que podría no ser cierta.

Mi perra es un perro. Eso no se me escapa...

Y esa plena conciencia que tengo acerca de su condición, me recuerda que no puedo esperar mucho de ella en el plano intelectual.
Lo que sí sé es lo que puedo esperar en el plano emocional y afectivo: Los perros viven (en el más amplio sentido de la palabra) la alegría, el amor, la excitación, el estrés, la tristeza, el adiós, la hipotonía, la melancolía...
Y esto último(lo de la melancolía quiero decir), lo descubír ayer cuando cerraste la puerta detrás de tí.

Mi perra te echa de menos.

Cuando llego del trabajo viene a saludarme, me alegra la vida unos segundos y, enseguida se va hacia la puerta. Se queda ahí, con el morro adelantado, las orejas aún más tiesas, meneando el rabo y olfateando el aire. Cuando constata que nadie viene detrás de mí se va a su colchón orejas y rabo caidos, llorisquea un poco y apoya la cabeza entre las patas...

Otras veces se levanta como por resorte, va hacia la silla en que desayunas, la olfatea cuidadosamente y menea el rabo (no me extraña, a mí también me gusta el olor de tu piel) Lo hace aposta, para acordarse de tí y extrañarte después.

A veces, simplemente me mira interrogante y llora.


Es una pena que no hayamos sabido gestionar la situación. Supongo que la barrera insalvable de los lustros me ha hecho perder la paciencia. Tampoco tú has sido muy paciente que digamos...

En fin... Hay algo que te puedo dar. Una especie distinta de amor, ni más mala ni menos buena que otras. Un estar ahí cuando me llames, un abrazo a tiempo, unas risas gratuítas, unas tortas en broma. Sé que sabes valorar esto que te ofrezco. Lo que no sé es si lo tomarás o no.

Espero que sí.