lunes, 24 de enero de 2011

Llovía. ¡Mierda!

Furioso, le metí un patadón a la bolsa del ahorramás. Resultó que algún papá perezoso había metido en ella el pañal usado de su retoño, y lo había tirado por la ventana, seguramente para librarse de la lluvia helada de enero. El destino cósmico quiso que la bolsa se quedara enganchada boca abajo en el plátano de indias en cuyo alcorque vomito en las noches complicadas.
Abrióse el antiecológico contenedor dejando caer sobre mi cabeza aquella muestra de jaguis drai naits.

Seguramente todos nos hemos cagado alguna vez en el leguleyo Murphy de los cojones. Aquella fue la mía.

El fantástico ejemplar de celulosa infantil, que se había desplegado en el aire, aterrizó en mi calva incipiente demostrándome que, como era de esperar, el anuncio que dice "LOS MAS ABSORBENTES" no es más que publicidad engañosa.

Y ahí estaba yo: calado hasta los huesos, borracho, triste, con los hombros encogidos y las manos en los bolsillo por el frío.

Y con un pañal lleno de mierda en la cabeza.

Qué nochecita...