jueves, 24 de diciembre de 2009

Zapatos-persona.

Mis zapatos nunca me han fallado.

Siempre están dispuestos a salir conmigo a la calle. Jamás protestan. Ni siquiera cuando el invierno lacerante ha congelado las aceras, o cuando la lluvia los ha calado hasta los huesos.

A veces pisan un excremento que algún desalmado ha dejado en la acera. Me miran. Los miro y les hago saber que no es culpa suya, que no estoy enfadado y que ya los limpiaré en el primer césped que encuentre. O en el primer arenero. Ellos continúan el camino felices.

Algunas veces (pocas ya) me paso toda la noche de garito en garito. Voy a mi casa dando tumbos y haciendo eses. Ellos no saben qué me pasa. Pero no se quejan: simplemente me aguantan malamente en pie. Después, cuando llegamos a casa, duermen profundamente abandonados en medio del salón. Mientras descansan se ventilan del olor a Charca.

Pensándolo bien, creo que se han resignado. Creo que tienen conciencia de clase y de que,por muy mal que los trate, ellos saben que son sólo eso: zapatos.

Sin embargo, a veces, los tomo suavemente y les masajeo con una crema especial. De olor fétido, pero que a ellos les encanta. Después les paso el cepillo para rascarles bien en zonas a las que ellos no alcanzan, y les dejo descansando plácidamente en el armario durante un par de días.

Hoy, a veinticuatro de diciembre de 2009, no tengo nada mejor en qué pensar que en hacer esta nota de agradecimiento a mis zapatos.

Mis Zapatos.

Gracias.
Os quiero.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Dos estatuas en la Estación del Sur

Otra vez, Ali.

Nos hemos quedado como estatuas de hielo en el andén de la Estación del Sur. Muertos de frío. Yo con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha. Tú sentadita a mi lado temblando.
Hemos mirado el tren con cara de tontos y, delante de nuestras narices, se han cerrado las puertas con un estruendo inusualmente agresivo.
Después, cuando el convoy ha iniciado el viaje, hemos tenido la oportunidad de gritar muy fuerte para suplicar al maquinista que detenga el monstruo. Pero nuestras voces se han agarrado a las paredes de la garganta, como aquella vez que tuviste una garrapata ¿te acuerdas? y no hemos podido decir ni una puta palabra.

Cuando la estación se ha quedado desierta hemos visto, a lo lejos, la columna de humo y hemos llorado lágrimas de alcohol. Rabiosos por no haber sabido, una vez más, dar un saltito al pescante.

Hemos perdido el tren, Ali. Menos mal que estamos juntos.

No me mires así con tus ojos de miel. Te prometo que estaré siempre a tu lado.

Esta tarde vamos a dormir una larga, larga siesta ¿quieres? Quizá, si lo deseamos muy vehementemente, podremos soñar con lo que soñamos. Es lo único que nos queda. Al menos de momento.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Ambages, dobleces y verdades.

Querida Amiga:

Estoy harto de dobleces y de medias verdades. Hace mucho tiempo que perdí la capacidad de leer entre líneas y de entender el subtexto de las palabras de las personas.
Me iría, sin dudarlo, hasta el fin del mundo con la persona que me dijera las verdades a la cara. Sería capaz de amar sin condiciones a la mujer que me mirara directamente y me dijera "lo que has hecho me ha dolido mucho" o "creo que has metido la pata hasta el fondo" También ansío encontrar a la persona que me diga "Me estás haciendo muy feliz" o "muchas gracias por las cosas bonitas que me acabas de decir" Pero eso sí, a su debido tiempo. Me jode sobremanera darme cuenta pasados meses, o años, de que fuí terriblemente patoso en un momento dado, haciendo daño a la gente que está (o estaba) a mi alrededor. Igualmente me fastidia que no se valoren a su debido tiempo todas las cosas buenas que hago o he hecho.

Sólo he conocido en la vida a dos personas capaces de decir sin ambages todas las cosas que consideran importantes y pertinentes: una es la Princesa y otra mi buena amiga Elena; y me consta que ambas han sufrido mucho debido a esa actitud. Pero han sido solamente unos días. Luego se han ido quedando con la gente realmente importante a su alrededor, rechazando a los demás y librandose de rémoras molestas.

Querida Amiga: ¿Dónde se han quedado las personas sinceras? Espero que me lo puedas decir... Yo no lo sé.

Un beso.