domingo, 23 de agosto de 2009

Sonámbulos y suicidas...

He visto una mujer demasiado grande caminar sobre el vértice del tejado de un edificio. La he visto sentarse y, como si de un tobogán se tratara, deslizarse serenamente hasta el alero para caer al vacío.



Segundos después he oído el golpe de su cuerpo estrellándose sobre un coche. O sobre un contenedor. No lo sé. Desde mi terraza no se ve esa parte de la calle Alcalá.



He visto a los otros, a través de las ventanas abiertas de par en par de sus casas, andar como sonámbulos cruzando los pasillos para dirigirse a los ventanales grandes de los salones, y dejarse caer como peleles sobre la acera de la calle O'donell. Donde la cafetería. A estos sí les he visto morir.

He visto a una familia desesperada intentar evitar infructuosamente que su hijo y su hija se arrojaran por la ventana del comedor. Pero no oía los gritos...

He visto a otro, que saltaba desde una bonita casa en el cruce de Alcalá y Príncipe de Vergara...

He visto policías y ambulancias llegando diligentemente al lugar de los hechos.

Me he esforzado por llorar para impresionar a la chica que había a mi lado.

He deseado que mañana los periódicos me cuenten qué coño ha ocurrido.

sábado, 22 de agosto de 2009

El mar, Tennessee y Servired.

El mar en tus ojos me recuerda que siempre estamos de viaje... Me gustaría ser lo suficientemente valiente, lo suficientemente solvente para darte cobijo sin pararme a pensar en cosas accesorias. Quisiera ser una gasolinera donde entraras a repostar, a descansar y a comer algo, hasta que te sintieras preparada para volver a viajar. Porque es así como te quiero: de paso.
"Traes a los animales salvajes a casa, los cuidas y los alimentas hasta que están preparados para volar otra vez. Entonces se marchan y te sientes terriblemente sólo"
Puto Tennessee Williams, siempre tiene razón...

Pero tengo miedo.

No sé dónde voy a estar mañana. No sé cuándo me va a decir Servired "hasta aquí hemos llegado" Y no sé si mi alma de Peter Pan que no vuela va a ser mañana igual que hoy.

Por eso he tenido que cerrar la puerta. No sé si me entiendes...

Te quiero. Como se quiere a una hermana, por supuesto. Pero no estoy preparado para ser área de servicio...

Buscaré la manera.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Ropa sucia. II.

El día había empezado mal. Carlos no sabía qué coño había pasado con el radio-despertador. Simplemente no había sonado, y él había tenido que salir disparado de la cama para irse al trabajo sin saber si se había puesto los dos zapatos iguales.
Bien mirado, la culpa del retraso había sido de Ana. Esa noche había estado insaciable. Cierto es que a él le gustaba follar más que a nadie, pero no se puede pretender estar toda la noche de folklore, y levantarse al día siguiente con el tiempo suficiente como para ducharse, afeitarse, desayunar, fumarse un porro e irse al curro. Pensó que no estaba siendo justo, y sacudió la cabeza como los perros para espantar el monólogo interior y dar paso a alguno más positivo.
Cuando llego ante la puerta del portal, se detuvo para mirarse en el espejo del zaguán. Se vio viejo. Sólo tenía treinta y seis años, pero la piel casi albina que había bajo su lanilla pelirroja, se obstinaba en parecer mucho más ajada de lo que cronológicamente le correspondía. Quien quiera que hubiera diseñado sus ojos azules se debía haber levantado, como él aquel día, con el pie izquierdo, pues no los había hecho preparados para el sol abrasador de esas latitudes. Probablemente Dios estaba fumado aquel día, y en vez de ojos le había colocado a ambos lados de la nariz puntiaguda, algún tipo de material fotosensible que mandaba rayos con forma de cefalea hasta el mismo centro del cerebelo. Al salir a la calle, sintió la bofetada del calor de agosto. “Joder, si sólo son las nueve de la mañana”
Y para colmo el toque de muertos... Las campanadas funerales le persiguieron durante todo el tiempo que anduvo buscando el coche. La noche anterior estaba tan colocado, que no recordaba dónde lo había aparcado. Cualquier día, en el curro, le iban a hacer mear en un tarro y se iba a quedar sin los galones que tanto se había merecido, y que tantas mamadas le había costado conseguir. Se dio cuenta de que, entre campanada y campanada, podía dar cinco pasos. Le hizo gracia, y se inventó una especie de marcha militar.
Pensó que ojalá no tuviera que disparar a nadie aquel día. Tenía tal resaca que no sabía muy bien si sería capaz de distinguir entre los malos y los buzones de correos. Sonrió al imaginar que gritaba “¡Bang! ¡Bang!” para que los compañeros pensaran que estaba disparando.

Llegó al coche, y al meterse dentro se sintió como se debe sentir una loncha de pan bimbo al entrar en la tostadora. Se cagó en todo y se colocó el cinturón de seguridad para no tener que soportar el pitido insolente del avisador. Sintió el perfume de Ana en el ambiente, y se imaginó que era una nube de humo rosa que le entraba por la nariz y le iba directamente a la polla. Tuvo una erección. Inmediatamente, su glande maltrecho le recordó lo vivido la noche anterior, y que debía comprar algún tipo de lubricante para la próxima.

Metió la llave en el contacto. Sacudió de nuevo la cabeza para no pensar en la analogía de turno, arrancó y se dispuso a incorporarse al tráfico de la calle Alfaro.

Juguete de amor.

Anoche pasé frío y me dessenamoré un poco.
Anoche pasé frío y fui poeta.
Anoche, mientras mi carne se helaba
y mi alma en mi cuerpo se escondía,
vi como mi amor para ti
era un juguete pasado ya de moda que ya nada valía.

Cualquier amanecer echarán
al viejo juguete de mi amor a un carro de basura,
y alejándose en la amarga soledad
oirá al carretero dar palos a su mula
que todo se lo da por un poco de paja
y, a veces, pochas uvas
Y estaré allí donde ya nada vale nada
hasta que algún día una dulce gitanilla,
con mocos y pecas en la cara,
limpie con su manga grasienta
la suciedad que la sociedad pegó a mi alma;
y volveré a ser un juguete reluciente de amor y de alegría.

¡Qué importa que me engañes si luego me sonríes!
¡Qué importa ser poeta o ser basura!
Anoche pasé frío en el cuerpo y en el alma....
Anoche pasé frío y quedó mi libertad de amor helada.

viernes, 14 de agosto de 2009

Ropa Sucia I.

Alzó en vilo sobre su cabeza el cesto de la ropa sucia y la esparció toda por el suelo del cuarto de baño. Se arrancó violentamente el camisón con el que le había estado esperando y, desnuda, se lanzó sobre las prendas baratas. Lloraba desconsoladamente y gritaba palabras ininteligibles abrazada a las sábanas que habían cambiado el día anterior, después de haber hecho el amor durante horas entre ellas. Guardó silencio cuando sintió la tentación de masturbarse frotándose con la ropa interior de aquel cuyas manos no volverían a recorrer su cuerpo, pero no pudo evitar volver a gritar cuando le asaltó la imagen del cuerpo de él roto por la brutal explosión.
Estuvo más de dos horas bañada por la potente luz de la lámpara del techo, oliendo las prendas sucias de Carlos y llorando como una niña antes de que el sueño la venciera, probablemente como mecanismo de defensa ante la inminencia del colapso nervioso.
Antes de dormirse, creyó oir el timbre de la puerta. Seguramente Luis, el vecino de arriba, había oído el escándalo y había bajado para ver qué pasaba. Aguantó la respiración hasta escuchar cómo el gordo del segundo A, arrastraba los pasos de vuelta al ascensor, y se abandonó al sueño.

Soñó con ella misma. Se vió en un plano cenital, con su cuerpo pequeño pasado de kilos desnudo sobre la tarima blanca. Vió la melena negra que tanto la enorgullecía enmarañada entre calcetines y camisas. Vió sus tremendos ojos verdes irritados de tanto llorar. Se sintió sola. Soñó alguna cosa tonta, y apagó la pantalla onírica para verlo todo negro y descansar.


......



El día había empezado mal. Una de las cosas que más le jodían de aquel pueblo del sur del gran animal Madrid, era la manía de doblar las campanas durante horas cuando algún vecino moría. Nunca le había preocupado demasiado la muerte, porque nunca había sentido un afecto lo suficientemente grande como para preocuparse por perderlo a causa de la muerte, y le parecía algo de lo más ñoño aquel tañido obstinado. Se había quedado unos minutos escuchando aquellos dos tonos de las campanas de Santo Domingo y tratando de descifrar su significado. Una de las notas era alegre, probablemente por la absurda y fingida alegría que sienten los Cristianos cuando uno de lo suyos les abandona en pos de una supuesta vida mejor. La otra nota era mucho más larga, oscura. Seguro que era el sonido de la tristeza contrapunto al júbilo del viaje del fiambre. Jugó a sonreir como una idiota al sonido de la campana alegre, y a poner una cara de exagerada tristeza a la campanada luctuosa. Tuvo miedo de que el espíritu anduviera aún por ahí revoloteando y le pegara una colleja por cachondearse de aquel modo de la muerte ajena, y siguió rulando el porro de marihuana que la íba a poner a funcionar aquella mañana demasiado clara de verano.

Encendió el petardo y aspiró con fruición el aroma ácido de la hierba que ella misma cultivaba en la terraza. Giró la palanca de la cafetera Krupps, y sus tímpanos vibraron con el ruído ensordecedor del cacharro. Todas las noches dejaba preparada la parafernalia cafetera para, al día siguiente, no tener más que mover el mecanismo y esperar a que el café saliera dócilmente por la tobera.

En lo que el café terminaba de gotear sobre la taza, se asomó a la habitación para contemplar, enfadada, toda la ropa sucia de Carlos tirada por la habitación.

sábado, 1 de agosto de 2009

Desobedeciendo a Humphrey.



Las veo pasar por mi lado. Todas llenas de piernas, con esos pantalones cortitos que se llevan este verano. Algunas incluso me rozan suavemente (supongo que sin querer... Sí, sin querer.)Percibo las fragancias de sus perfumes. Algunas veces, en un grupito de chicas, hay tantos aromas distintos, que si cerrara los ojos podría pensar que estoy en la sección de perfumería del Eroski.
Se lleva el aspecto näif. Y me encanta. Esos maquilajes suaves de niña buena, coletitas con gomas blancas...
Soy consciente de que algunas de ellas podrían ser mis hijas (no pienses mal, me refiero a la edad. No soy de los que van rociando esperma por ahí)
Vamos, que se podría decir que estoy en el parnaso de los arrozpasaos.

Lo que pasa es que sólo puedo pensar en tí.

Así estan las cosas.

Por suerte o por desgracia sólo puedo pensar en tí.

Alguien me dijo que en la vida nunca se puede jugar a una sola carta. Me explicó que, mientras te quedas ahí esperando que esa única carta sea la más grande, todas las demás juegan en las manos de tus oponentes. Me dijo que es mejor tener varios frentes abiertos: en el caso de que se pierda una batalla puede ganarse otra.

Pero es que yo sólo puedo pensar en tí.

¡Qué le voy a hacer!

En bares atestados o en mi casa oscura, sólo puedo pensar en tí.


Sé que soy lo menos parecido a un topmodel... (Se me ocurre la palabra "Toptonel" para designar el indivíduo mas cercano al tonel que al modelo. Ya lo sé, ya lo sé: qué tontería.)Digamos que he escapado de la vigorexia y de la dieta. Intento encontrar las razones que tú encontrarías para elegirme entre tanto tipo guardarropa. Y no encuentro ninguna. Al menos ninguna que te pueda dar antes de mostrarte mi elenco de virtudes internas, lo cual dificulta muchísimo la tarea.

Pero es que yo sólo puedo pensar en tí.

¡Qué puta vida!

Las razones se vuelven de mantequilla. Sólo puedo pensar en tí.


Si se me apareciera Humphrey Bogart, probablemente me diría: "Muchacho: Una mujer es como una piscina, o te arrojas sin pensarlo, o te largas de la piscina cuando el agua está a punto de rozarte las pelotas" Y yo le diría: "Sí, pero tú eres Bogart, las mujeres no se ríen cuando te ven"
No sé qué hacer. Probablemente una de estas tardes salga a hacerme el encontradizo, y al dar contigo, te suelte de una andanada y a quemarropa todo lo que tengo en ese lugar límbico entre la frente y la lengua. Tengo que ordenar mis pensamientos.

Pero es que yo sólo puedo pensar en tí.

¡Qué obsesión!

Sueño despierto con romances cinemátograficos. No duermo para no dejar de pensar en tí.