martes, 14 de diciembre de 2010

Bucles de invierno.


"Quiero pasar el resto de mi vida contigo."

Te desplomaste sobre el banco del parque. El sonido de tu cuerpo chocando con la madera cubierta ya por la escarcha me pareció la más triste canción de despedida jamás escrita.

Vi tu cara de perra recién abandonada en la carretera, y supe con certeza cómo iba a acabar aquella noche de risas y copas.

"Creía que ya lo habíamos hablado, Alan"

¡Por supuesto que ya lo habíamos hablado! ¡por lo menos diez veces!
Diez veces...
Nada comparado con las más de mil noches que mi cabeza había pasado intentando convencer a mis tripas de que aquella que transitaba era una cuesta arriba demasiado pronunciada para mi maquinaria de viejo prematuro.

Recordé la conversación que habíamos tenido hacía unos segundos. Imaginé que estaba en un viejo Teatro de alguna ciudad europea.

Linda: No tengo sueño. ¿seguimos la marcha?
Alan: ¡Vale! Yo tampoco me iría a la cama todavía...
Linda: ¿Qué quieres hacer?

Ese era mi momento. Una contestación inteligente y divertida te dejaría inerme. Te besaría y te darías cuenta de que tu cama no estaría jamás completa sin mí bajo el edredón.

"Quiero pasar el resto de mi vida contigo"

martes, 9 de noviembre de 2010

Síntesis de una pereza.




Querida Amiga:

Ya está aquí el otoño. Hoy he visto como las hojas amarillas volaban frenéticamente, despertadas con violencia por la máquina ruidosa que sopla de un ser amarillo, o impulsadas por este viento que te puede llevar a la locura si te dejas llevar por su canto frío.

Me he duchado y he comprobado como también el otoño pasa por mi cuero cabelludo arrancando los cada vez más espaciados pelos. He pensado que me da igual. El que me quiera o deje de quererme por la densidad demopelográfica de mi cabeza es, definitivamente, un gilipollas.

He abierto la nevera y he descubierto que no tenía leche. Mierda. Ayer me acosté sin cenar y un poco intoxicado por la rubia y tengo una hipoglucemia considerable, así que me he apretado la parte colombiana del café con leche, desencadenando la inevitable reacción gástrica escatoaromática.

He pasado la escoba y he comprobado que debería haber cerrado las ventanas antes de hacer un montoncito con los pelos de mi perra, el polvo industrial y las células muertas de mi piel. Este material de deshecho que hasta ayer estaba en el suelo, está ahora por toda la casa, y me he mosqueado tanto conmigo mismo que me he prohibido barrer en una temporada.

Ahora sale el sol. Me imagino que habrá negociado servicios mínimos con las nubes. Sale tímidamente, como si tuviera miedo de los piquetes de la borrasca. Debería aprovechar para tender la ropa que lleva desde el sábado limpia en la lavadora. Pero no me apetece.

Pienso en unos ojos y en seguida recuerdo que no debo mirarlos más allá de los aspectos puramente fisonómicos. Me da rabia, pero es lo que hay, y creo que eso no va a cambiar.

El pollo está en el microondas. Lo bueno de estar sin trabajar es que uno retoma la costumbre de cocinar, en vez de comerse por ahí un bocata de partes no identificadas del puerco. Eso devuelve, en cierto modo, la sensación de que uno es humano. Sin embargo, creo que terminaré por no hacer nada. Mi cuerpo está empezando a gritar que es la hora del letargo invernal.

Voy a coger la guitarra. Me apetece, aunque sé que con estas manos gélidas lo más que voy a conseguir es hacer alguna versión dudosa del cumpleaños feliz. No sé, me lo voy a pensar.

Qué pereza...

sábado, 21 de agosto de 2010

Facebook te lo pone fácil. Porpocos.

Querida Amiga:

No soy un tipo agraciado.
Cierto es que tampoco soy un callo malayo... Creo que tengo un rostro bastante aceptable, apartando la modestia. Algunas personas me han dicho que tengo los ojos bonitos y unos gestos sorprendentes. Supongo que la frasecita de mi tío Camilo -¡Qué guapa series si fossis una nena!- viene a corroborar mi no del todo mal aspecto facial. Aunque tampoco me fío demasiado de mi difunto pariente pues, en los días en los que se recogían las mongetes, mi tío tenía sus enormes gafas de culo de vaso, además de con una considerable capa de roña agraria, rayadas por surcos casi igual de grandes que los de la huerta.

Pero pongamos esto como hipótesis de partida, y volvamos a empezar.

Soy un tío guapo.

(Pausa valorativa)

Pero estoy gordo. Eso sí que es impepinable. Hasta mis amigas más caritativas me lo dicen con frases como "Hombre, estás gordito." o "Pues sí, pero eso tiene fácil solución ¿no?" Una mierda, fácil solución. Yo suelo salir al paso con la famosa sentencia de Obelix: "Yo no estoy gordo. Si acaso un poco bajo de pecho." Nos reímos y a otra cosa, mariposa.

Con este panorama, siempre he sido incapaz de ligar en una discoteca con alguna de esos bombones que bailan espasmódicamente en la pista.
Si uno quiere tener un asunto fugaz que no vaya más allá de un polvo regado con Brugal, tiene que estar bueno. Eso está claro.

Así me ha ido. Las pocas mujeres que han entrado en mi cama, lo han hecho después de largas horas, días o incluso semanas de un arduo trabajo de presentación de mis virtudes intelectuales. En el plano de la conversación y del humor sí que me bandeo bien, para qué lo voy a negar.

Lo que pasa es que, en la calle o en los bares, uno no puede acercarse a la mujer soñada de turno y contarle un chiste. Menos aún, como te decía antes, si la broma sale de un cuerpo antierótico como el mío. Lo más probable es que te mire con ojos de bacalao, se eche una risita y se largue a contarle a sus amigas que un tipo baboso le ha "entrado". ¡Qué más quisiera yo que haberle entrado! Ni siquiera he subido el primer escalón que lleva a la cueva...

En fin...

En lo tocante a la presentación del elenco de cualidades intelectuales, Facebook me ha ayudado mucho. La verdad es que las nuevas tecnologías son muy útiles para estas cosas. Uno puede levantarse un día inspirado y poner en su muro una frase ingeniosa, un vídeo curioso, o comunicar a cientos de personas a la vez su estado de ánimo, sin que ello implique desplazamiento geográfico alguno, y sin tener que ver la cara de la persona que está leyendo tus asuntos.
Es como ir a pescar: uno arroja el anzuelo y espera que pique alguna almeja (nota: mirar en la wikipedia si las almejas se pescan con caña)

Cierto es que resulta un poco impersonal, pero ahorra mucho trabajo. Ni siquiera me tengo que vestir, duchar, peinar y perfumar. Facebook te lo pone fácil.

Tampoco es que me haya hartado de follar desde que estoy registrado en el caralibro pero -aprovechando que es domingo haré un símil futbolístico- he tenido muchas ocasiones de gol y eso, para un tipo acostumbrado a los porpocos, cuenta como un triunfo.

Bueno. No te braseo más.

Agradecido y emocionado, solamente puedo decir ¡Gracias Facebook!

jueves, 12 de agosto de 2010

Soy una bolsa. Las once de la noche.




No hay paz.

Quiero abandonar esta pista de obstáculos.

Marcharme para siempre a un lugar donde el azul me recuerde que no somos nadie.

Me levanto y paso dos millones de años observando la bolsa de plástico que está enganchada en la copa del árbol que tengo delante de la ventana.

Joder. Qué tortura.


Soy una bolsa de plástico.

(Larga pausa dramática.)

Soy esa bolsa de plástico.

Pensé que, en esta noche agitada, el viento del sur vendría a rescatarme de la mediocridad. Pero aunque ha llegado, está muy entretenido torturando a las hojas verdes que cambian de color según les incide la luz de la farola.

No piensa echarme una mano.

Mañana me voy. No para siempre, por desgracia. Pero algo es algo. Será una especie de ensayo general.

Si por la razón que sea no vuelvo en años, pásate por mi casa y llámame para decirme cómo sigue la bolsa. Si por fin consiguió liberarse, o si sigue agitando las manos como la mujer del Gernika.

miércoles, 9 de junio de 2010

El amor... Bueno, nada.




Querido Amigo:

Ya tenemos 40 estacazos (año arriba, año abajo) y aún no hemos encontrado el amor eterno.
A decir verdad no sé si dicha condición existe. Y tampoco puedo hablar con autoridad al respecto, pues en ningún momento de mi vida me he dedicado a buscarlo activamente.
Te podría decir que me gusta dejar que llegue cuando corresponda, pero la verdad es que estoy empezando a ver demasiado cerca ese horizonte de televisión y bocadillos que, antaño, me hacía sentir más libre e independiente. Comienza a preocuparme un poco la idea de que la cama se me quede grande para siempre, y de no ser capaz de elegir por mí mismo el color de la pared del dormitorio.
Creo que estoy empezando a no ser tan moderno y a necesitar los pelos de alguien en la ducha. La piel de alguien a mi lado bajo o sobre el edredón.
Supongo que es normal, en un tiempo turbulento, tener miedos y dudas. De todos modos ya sabes que eso es lo mío.

Lo hemos hablado muchas veces, pero últimamente mi mente da más vueltas que un perro antes de tumbarse a dormir y parece que necesito soltarlo por escrito (me calma, de hecho) De todos modos, no hay nada más reconfortante que tus silencios. Esos que a veces se rompen para soltar alguna verdad de relámpago.

Te pido perdón si alguna vez he estado demasiado pesado con el asunto, y no he estado concentrado en las cosas realmente importantes. Ya supe hace tiempo que la amistad está por encima del amor,del sexo, incluso de la familia. Pero uno nunca sabe cuándo su cabeza va a romper la barrera del sonido para sobrevolar demasiado rápido las cosas que de verdad importan. No digo que familia, sexo y amor no sean vitales, pero pienso que son mucho más fugaces que el cariño de un amigo. Más efímeros.

Bueno, voy a colgar. Que es conferencia y debes estar hasta la polla de mis dudas.

Un abrazo.

jueves, 11 de febrero de 2010

Yu33 y Alan72. Una historia de amor binaria.

ELLA.

Recuerdo el día en el que me mandaste por messenger tu fotografía. Aquello tardó miles de millones de horas en descargarse. Tanto que tuve tiempo para autoconvencerme: lo importante es el interior. No me importaría cómo fueses. Estaba enamorada de ti.
Vas a pensar que es una mariconada, pero una mariposa encerrada aleteaba en mi estómago como si se asustara cada vez que yo agitaba las piernas y, cada vez que sus alas me rozaban el interior de la víscera, el corazón se me salía por la boca en una de sus diástoles frenéticas.

Dicen las estadísticas que hay doscientos millones de usuarios de Internet en el mundo, de los cuales aproximadamente ciento cuarenta son hombres. Mi mente pseudo-científica calculó que, aproximadamente un cincuenta por ciento de ellos serían solteros.

Joder. De setenta millones de regatistas digitales en edad de merecer, había ido a enamorarme del tipo más feo del cyberespacio.

Vi tus enormes orejas pegadas a un huevo con ojos saltones sostenidos por bolsas encarnadas. Tu boca neumática tiene el labio inferior por encima del superior. Y, desde luego, tienes poca distancia entre la punta de la nariz y la barbilla. El pelo rojo ralo te cae en guedeja sobre la frente también inusualmente estrecha. Vamos, un cromo de tipo.
Yo que estaba acostumbrada a la belleza asiática, de formas tan suaves y discretas, me encontraba ahora frente a frente con el pequeño de los calatrava.

Estuve varios minutos boquiabierta con la baba asomando. ¡Te quería tanto! Mucho menos que ahora, eso sí. Pero muchísimo, Imaginé una balanza gigantesca que en un plato tuviera tu careto y en el otro tu alma. Imaginé que la estatua de la justicia, ciega ella, alzaba el cacharro, y no hubo duda. La balanza cayó del lado de tu alma. No había nada en ti que no me gustara. No hay nada en ti que no me guste.

Lo importante es el interior, me repetí. Y me alegré de estar ejerciendo de moderna.

Decidí que emprendería el pesado viaje que me separa de Madrid para ir a verte.


















EL.

Recuerdo el día que me mandaste tu foto por internet. La conexión del vecino no daba mucho de sí y, cada dos por tres, el archivo dejaba de bajarse para empezar de nuevo desde el principio pasados unos segundos.
No me importa decirte que tuve una erección. Que tontería ¿no? Ni siquiera sabía cómo eras. Alta o bajita, gorda o delgada. Ni siquiera sabía si tendrías parte de atrás, porque sólo te había visto en una foto de carnet... Sin embargo sí sabía cómo eras por dentro: un embarcadero seguro en un mar salvaje. Todo lo demás sería anecdótico.
Me apunté la frase, apuré el porro, y me dispuse a fijar la vista en el monitor.
98%; 99%; 100%... ¡Joder! ¡Una china! ¡Las chinas no tienen tetas! Di un grito tal que el gato salió escopetado de mi regazo para encaramarse a la nevera. Aproveché que iba en su rescate para pillar una cerveza y reflexionar, por el camino, sobre el asunto. No podía ser. Los amigos nos llamarían sopa de ornitorrinco: Tú tan líquida, tan frágil y exótica. Yo divorciado con la belleza desde la maternidad.

Lo cierto es que a veces me ponías del higadillo con tus miedos y tus manías. Confieso que en varias ocasiones estuve tentado de eliminarte de la lista de contactos. Sin embargo, luego, a la hora de la compañía eficaz, a la hora de los silencios oportunos y de las verdades como puñales, siempre estabas ahí. Clarividente. Coherente. Balsámica.
Sabía que eras mi amor.

Miré atentamente la fotografía. Tu belleza es de agua. Se derrama suavemente por tu rostro remansando en los lugares adecuados para conformarlo.

Parque del Retiro. Plaza del Angel Caído. Pasado mañana a las nueve de la mañana. Te quiero.














ELLOS.

¡Coño! ¡Las nueve de la mañana! Espero que no sea la clase de tipo que me despierta el domingo a las 8 para ir a por churros. Da igual: yo también te quiero.
El aire me resulta pesado. Seguramente es por la niebla que se me cuela mansamente por la nariz al respirar. Todo es marrón. Qué bonito el otoño. Menos mal que no hace frío. Este olor a gasoil mezclado con hojarasca es peculiar. El bicho de la estatua me da grima. Parece que se retrasa. Qué foto voy a hacer yo con esta niebla. Joder, las diez menos cuarto. No me digas que no va a venir. 60 euros de tren desde Mataró hasta aquí. Si no viene me desintegro. Si no viene me seco.

Las nueve de la mañana. Igual me he pasado con el madrugón. Pero es que yo a las seis ya estoy en pie. Le he dado tres horas mas de sueño. Que chorrada. Joder qué frío hace. Me encanta la niebla: me mira menos la gente. ¿Y si se echa a reír cuando me vea? Es cierto que ya conoce mi cara, pero en persona pierdo mucho. Peor aún. ¿Y si me encuentro con el lapidario “te quiero como amigo”?
Ahí está. Me hormiguean las piernas. Todavía no me ha visto. Qué bonita es. Y me parece percibir su olor a jazmín desde aquí. ¡Detente! ¿Dónde va a ir ese pibón contigo? Mejor ahorrarle el sonrojo de rechazarme. Me voy. Oigo detrás de mí ¿Alan?

Tu voz de mujer retumbó dentro de las cuatro cavidades de mi corazón. ¡Parecía que te habías quedado de piedra, tío! Me di la vuelta con cara de estoesloquehay. Sentí un amor infito al ver tu cara de niño asustado ¿Yu? Pregunté. Tu voz me recorrió a la velocidad de la luz. Noté que te estremecías. Nos besamos. Decidimos que nunca nos ibamos a separar.

Hoy, nueve meses y un día después, ha nacido nuestro hijo. Afortunadamente no se parece a su padre.

jueves, 21 de enero de 2010

De payaso a taxi en quince días.



Me gustaría encontrar, en este marasmo de siglo veintiuno, la rosa amarilla que dejé en tu ventana. Menos mal que vives en un bajo, así no tuve que jugarme la vida.
La dejé más o menos fresca, con el tallo un poco dañado por haber intentado quitar las espinas demasiado rápido. Los rebordes de los pétalos ya estaban algo pasados, pero es que llevaba casi una semana calibrando la idoneidad de mi atentado de amor. Es lo que me pasa siempre: mucho tiempo pensando, y poco actuando.
La rosa estuvo ahí, atada con una bolsa de las de las cacas de los perros, casi quince días. Dos semanas en las que pasaba dos o tres veces diarias por delante de tu ventana, con la esperanza de ver que habías prendido una margarita a al lado de mi flor en señal de correspondencia.

Me frustré definitivamente cuando, al día catorceavo, vi las enormes bragas de tu madre tendidas en la misma ventana que mi misiva romántica. Recuerdo que me pregunté quién tendría el estómago de fabricar esos tangas king-size y, acto seguido, constaté que mi flor te importaba un pepino. Constaté que mi amor no te importaba. Constaté que mi esfuerzo botánico había sido en balde.

Me quedé triste. Como un cachorro en un refugio, que mueve el rabo con la esperanza de ser el próximo adoptado, y que agacha las orejas y llora quedo cuando el niño pasa frente a él sin elegirle.

El payaso de la flor pasó a ser el abuelo que mira la puerta del asilo esperando ver a su familia.

El taxi en el desierto, como diría Sabina.

Es curioso cómo se puede pasar de un tipo de patetismo a otro en sólo quince días.

En fin. Veré de qué modo Stanislavski me puede ayudar con esto...



Y no. No va por tí... (Perdón por la licencia privada)

martes, 19 de enero de 2010

Via muertas.



Donosti. 20 de Enero de 2010. 9 de la mañana.

Padre e hija están sentados en un banco mirándose directamente a los ojos. La hija hace mucho rato que llora amargamente. El padre ve los ojos rojos de su niña, ve las lágrimas rodar mansas por las mejillas, y comprende súbitamente el dolor que ella siente. Comienza a llorar también.

Ambos permanecen mirándose y llorando durante una eternidad.

Finalmente, el padre mueve casi imperceptiblemente la cabeza de derecha a izquierda, mientras eleva la comisura izquierda de sus labios con gravedad. Estira el cuello y besa a la hija en la frente. Sonríe levemente y, sin dejar de llorar, se levanta y se marcha caminando cabizbajo hasta que la niebla que cubre el paseo marítimo se lo traga.

No la puede perdonar.

Ella se levanta del banco y baja las escaleritas que separan el paseo de la playa. Avanza por la arena arrastrando los pies. LLega a la orilla. Se le eriza el pelo al contacto con el agua fría de La Concha. Sigue adentrándose en el agua hasta quedar totalmente sumergida. Segundos antes de ahogarse piensa "Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo"