jueves, 11 de febrero de 2010

Yu33 y Alan72. Una historia de amor binaria.

ELLA.

Recuerdo el día en el que me mandaste por messenger tu fotografía. Aquello tardó miles de millones de horas en descargarse. Tanto que tuve tiempo para autoconvencerme: lo importante es el interior. No me importaría cómo fueses. Estaba enamorada de ti.
Vas a pensar que es una mariconada, pero una mariposa encerrada aleteaba en mi estómago como si se asustara cada vez que yo agitaba las piernas y, cada vez que sus alas me rozaban el interior de la víscera, el corazón se me salía por la boca en una de sus diástoles frenéticas.

Dicen las estadísticas que hay doscientos millones de usuarios de Internet en el mundo, de los cuales aproximadamente ciento cuarenta son hombres. Mi mente pseudo-científica calculó que, aproximadamente un cincuenta por ciento de ellos serían solteros.

Joder. De setenta millones de regatistas digitales en edad de merecer, había ido a enamorarme del tipo más feo del cyberespacio.

Vi tus enormes orejas pegadas a un huevo con ojos saltones sostenidos por bolsas encarnadas. Tu boca neumática tiene el labio inferior por encima del superior. Y, desde luego, tienes poca distancia entre la punta de la nariz y la barbilla. El pelo rojo ralo te cae en guedeja sobre la frente también inusualmente estrecha. Vamos, un cromo de tipo.
Yo que estaba acostumbrada a la belleza asiática, de formas tan suaves y discretas, me encontraba ahora frente a frente con el pequeño de los calatrava.

Estuve varios minutos boquiabierta con la baba asomando. ¡Te quería tanto! Mucho menos que ahora, eso sí. Pero muchísimo, Imaginé una balanza gigantesca que en un plato tuviera tu careto y en el otro tu alma. Imaginé que la estatua de la justicia, ciega ella, alzaba el cacharro, y no hubo duda. La balanza cayó del lado de tu alma. No había nada en ti que no me gustara. No hay nada en ti que no me guste.

Lo importante es el interior, me repetí. Y me alegré de estar ejerciendo de moderna.

Decidí que emprendería el pesado viaje que me separa de Madrid para ir a verte.


















EL.

Recuerdo el día que me mandaste tu foto por internet. La conexión del vecino no daba mucho de sí y, cada dos por tres, el archivo dejaba de bajarse para empezar de nuevo desde el principio pasados unos segundos.
No me importa decirte que tuve una erección. Que tontería ¿no? Ni siquiera sabía cómo eras. Alta o bajita, gorda o delgada. Ni siquiera sabía si tendrías parte de atrás, porque sólo te había visto en una foto de carnet... Sin embargo sí sabía cómo eras por dentro: un embarcadero seguro en un mar salvaje. Todo lo demás sería anecdótico.
Me apunté la frase, apuré el porro, y me dispuse a fijar la vista en el monitor.
98%; 99%; 100%... ¡Joder! ¡Una china! ¡Las chinas no tienen tetas! Di un grito tal que el gato salió escopetado de mi regazo para encaramarse a la nevera. Aproveché que iba en su rescate para pillar una cerveza y reflexionar, por el camino, sobre el asunto. No podía ser. Los amigos nos llamarían sopa de ornitorrinco: Tú tan líquida, tan frágil y exótica. Yo divorciado con la belleza desde la maternidad.

Lo cierto es que a veces me ponías del higadillo con tus miedos y tus manías. Confieso que en varias ocasiones estuve tentado de eliminarte de la lista de contactos. Sin embargo, luego, a la hora de la compañía eficaz, a la hora de los silencios oportunos y de las verdades como puñales, siempre estabas ahí. Clarividente. Coherente. Balsámica.
Sabía que eras mi amor.

Miré atentamente la fotografía. Tu belleza es de agua. Se derrama suavemente por tu rostro remansando en los lugares adecuados para conformarlo.

Parque del Retiro. Plaza del Angel Caído. Pasado mañana a las nueve de la mañana. Te quiero.














ELLOS.

¡Coño! ¡Las nueve de la mañana! Espero que no sea la clase de tipo que me despierta el domingo a las 8 para ir a por churros. Da igual: yo también te quiero.
El aire me resulta pesado. Seguramente es por la niebla que se me cuela mansamente por la nariz al respirar. Todo es marrón. Qué bonito el otoño. Menos mal que no hace frío. Este olor a gasoil mezclado con hojarasca es peculiar. El bicho de la estatua me da grima. Parece que se retrasa. Qué foto voy a hacer yo con esta niebla. Joder, las diez menos cuarto. No me digas que no va a venir. 60 euros de tren desde Mataró hasta aquí. Si no viene me desintegro. Si no viene me seco.

Las nueve de la mañana. Igual me he pasado con el madrugón. Pero es que yo a las seis ya estoy en pie. Le he dado tres horas mas de sueño. Que chorrada. Joder qué frío hace. Me encanta la niebla: me mira menos la gente. ¿Y si se echa a reír cuando me vea? Es cierto que ya conoce mi cara, pero en persona pierdo mucho. Peor aún. ¿Y si me encuentro con el lapidario “te quiero como amigo”?
Ahí está. Me hormiguean las piernas. Todavía no me ha visto. Qué bonita es. Y me parece percibir su olor a jazmín desde aquí. ¡Detente! ¿Dónde va a ir ese pibón contigo? Mejor ahorrarle el sonrojo de rechazarme. Me voy. Oigo detrás de mí ¿Alan?

Tu voz de mujer retumbó dentro de las cuatro cavidades de mi corazón. ¡Parecía que te habías quedado de piedra, tío! Me di la vuelta con cara de estoesloquehay. Sentí un amor infito al ver tu cara de niño asustado ¿Yu? Pregunté. Tu voz me recorrió a la velocidad de la luz. Noté que te estremecías. Nos besamos. Decidimos que nunca nos ibamos a separar.

Hoy, nueve meses y un día después, ha nacido nuestro hijo. Afortunadamente no se parece a su padre.