domingo, 13 de diciembre de 2009

Dos estatuas en la Estación del Sur

Otra vez, Ali.

Nos hemos quedado como estatuas de hielo en el andén de la Estación del Sur. Muertos de frío. Yo con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha. Tú sentadita a mi lado temblando.
Hemos mirado el tren con cara de tontos y, delante de nuestras narices, se han cerrado las puertas con un estruendo inusualmente agresivo.
Después, cuando el convoy ha iniciado el viaje, hemos tenido la oportunidad de gritar muy fuerte para suplicar al maquinista que detenga el monstruo. Pero nuestras voces se han agarrado a las paredes de la garganta, como aquella vez que tuviste una garrapata ¿te acuerdas? y no hemos podido decir ni una puta palabra.

Cuando la estación se ha quedado desierta hemos visto, a lo lejos, la columna de humo y hemos llorado lágrimas de alcohol. Rabiosos por no haber sabido, una vez más, dar un saltito al pescante.

Hemos perdido el tren, Ali. Menos mal que estamos juntos.

No me mires así con tus ojos de miel. Te prometo que estaré siempre a tu lado.

Esta tarde vamos a dormir una larga, larga siesta ¿quieres? Quizá, si lo deseamos muy vehementemente, podremos soñar con lo que soñamos. Es lo único que nos queda. Al menos de momento.

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