martes, 19 de enero de 2010

Via muertas.



Donosti. 20 de Enero de 2010. 9 de la mañana.

Padre e hija están sentados en un banco mirándose directamente a los ojos. La hija hace mucho rato que llora amargamente. El padre ve los ojos rojos de su niña, ve las lágrimas rodar mansas por las mejillas, y comprende súbitamente el dolor que ella siente. Comienza a llorar también.

Ambos permanecen mirándose y llorando durante una eternidad.

Finalmente, el padre mueve casi imperceptiblemente la cabeza de derecha a izquierda, mientras eleva la comisura izquierda de sus labios con gravedad. Estira el cuello y besa a la hija en la frente. Sonríe levemente y, sin dejar de llorar, se levanta y se marcha caminando cabizbajo hasta que la niebla que cubre el paseo marítimo se lo traga.

No la puede perdonar.

Ella se levanta del banco y baja las escaleritas que separan el paseo de la playa. Avanza por la arena arrastrando los pies. LLega a la orilla. Se le eriza el pelo al contacto con el agua fría de La Concha. Sigue adentrándose en el agua hasta quedar totalmente sumergida. Segundos antes de ahogarse piensa "Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo"

1 comentario:

Anónimo dijo...

El orgullo y la incomprensión de la temporalidad, de la finitud, de lo efímero, no sabe perdonar.
El pasado nos aprisiona porque no sabemos esquivar a nuestra memoria, que siempre nos recuerda lo que ya no está.
Es de esa pérdida, de la pérdida en general, de la que no sabemos escapar.
Nos encarcela y nos impide disfrutar de todos los momentos presentes.
Y, así, vivimos y morimos infelices.