lunes, 28 de septiembre de 2009

Encaramada al lavabo.

No sé lo que pienso. Ni lo que siento...

Los que me conocen hace tiempo dirían con sorna algo así como “¡Qué novedad! ¿El Alan confundido?”

Pero así son las cosas. Hace años que me he resignado a pensar que mi vida es un río zigzagueante que con frecuencia se remansa durante demasiado tiempo formando una balsa fangosa. A veces salta de piedra en piedra (miraquelindismo al canto) y otras es un charco pestilente lleno de miasmas... En ocasiones arrastra toda la mierda hasta el mar enorme, y en otras lleva hasta los demás la misma basura.

En fin. Circunloquios aparte, te voy a contar en líneas generales lo que me pasa.

En ocasiones me pones la cabeza loca. Lucho por encontrar un hueco para contarte mi vida, y no lo encuentro. Me desespero y me pongo a contar las lamas de la tarima flotante: si son pares, buena suerte. Si son impares, mal rollo... De vez en cuando pongo atención a lo que me estás diciendo “no hay problema, vamos más o menos por el mismo sitio” y al segundo pienso que la azalea probablemente necesita riego, y que no entiendo porqué ese reborde negro de los pétalos de las flores. Veo que te ríes “ha debido decir algo gracioso” y me río yo también. Al momento pienso que me dejaría sodomizar por un poco de marihuana, y calibro las posibilidades de llamar por teléfono a mi camello. Muy majo el chico, viene a mi casa en cuanto le llamo. Pero no. Otra vez no. Me dices: “Uff, ya te estoy braseando con mis historias” “No, mujer. Sigue contándome” Y me dedico a recorrer una y otra vez tu cuello torneado.

No es que no te escuche. Ni muchísimo menos. Lo que pasa es que ya estoy mayor, y necesito las vivencias un poquito más dosificadas. Si no, me atraganto al ver que tú has vivido en algo más de dos décadas mucho más que yo en casi cuatro (¡Uf!). Tu historia es fascinante, y tu forma de vivir las cosas es tan intensa que te envidio profundamente.

Adoro el tintineo de tu voz en mi cueva oscura. Me da la vida. Me gusta que te sientas como en tu casa, que pongas música, que cantes a voces y que sonrojes a los vecinos. Me gusta cómo cocinas metódica y pulcramente. Me gustan todas tus piernas: donde empiezan y donde acaban. Me río al recordarte encaramada al lavabo. Tus abrazos mañaneros me llenan de vida y me ponen en la calle con una energía que hacía mil millones de siglos que no tenía.






Ahora que lo pienso: Tus ojos de tres colores son ventanas que dejan que el viento fresco me acaricie la cara.

Todo lo demás es anecdótico.

1 comentario:

pp dijo...

... uff... es que... mmm... como hacer un comentario... mi personaje responde a patrones de conducta demasiado metodicos, estudiados hasta el ultimo detalle... entonces, esto que leo, es todo tan personal... tan "mira que lindo"... que bueno... siga usted expresendose que ya lo seguire leyendo...