viernes, 7 de diciembre de 2012

Sobran las presentaciones.

Deslizo mi mirada furtiva como una lengua virtual sobre tu espalda infinita. Levanto levemente la punta de la nariz para intentar percibir tu aroma. Creo que debe ser de hojas de otoño húmedas. La música está demasiado alta, y la copa helada va a caer al suelo en cualquier momento por la flojera. Insalivo cuando te das la vuelta y puedo apreciar tus pechos pequeños oscilar libres bajo la camiseta blanca. Todas las putas columnas de Roma y Atenas juntas son insignificantes al lado del fuste de tu cuello. Tengo buen ángulo de observación, puedo apreciar tu basa y compenzo a hiperventilar. Me fijo ahora en el capitel. Las pecas forman un universo de estrellas sobre la nieve. Uno los puntos intentando formar una constelación hacia la que dirigirme ahora mismo. Lo consigo. Constelación de Labios. Arranco la escoba y me monto en ella para volar hasta ti. Me acerco y te beso. Delicado momento, ese en el que el destino tiene que elegir la patada en los cojones o el beso en la boca. Dos mil millones de años duran tus verdes ojos, perplejos, sobre mi cara de ¿y bien?. La perplejidad va virando hacia la curiosidad. La curiosidad te muerde el labio inferior. El labio inferior se adelanta junto con el superior para devolverme el beso. Ya no hay música. Ya no hay luz. Ya no tengo frío. No hay nada ni nadie. Sólo nuestros cuerpos muy cerca.

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