viernes, 7 de diciembre de 2012

Vendo unos ojos negros.

Tiene aspecto de uva pasa. Y, ahora que lo pienso, se parece a una uva pasa: arrugado y rudo por fuera, pero dulce y reconfortante por dentro. El hecho de que no lleve boina, hace que se pierda un poco la magia del asunto. El señor Martín, sentado erguido con las piernas muy abiertas en una silla verde, mano sobre mano en una vara que de vez en cuando espanta al perro, me cuenta que antes sólo había en el barrio de la Calera casas bajas. Dice que todos se conocían y que, en las noches de verano, se echaban la rebeca y se sentaban en la calle a charlar con los vecinos. Recuerda que durante meses, tuvieron que hablar bajito para no molestar a la nonagenaria Rosario, que siempre había estado en la cama presa de los nervios, y que agonizaba ahora con los aperos de la mortaja junto al cabecero de marfil jaspeado y plata renegrida. No había alumbrado público y, de vez en cuando, surgía de las tinieblas alguna pareja de beneméritas urracas provocando un silencio sepulcral. Daban las buenas noches, y se marchaban sabiendo que más de uno les hacía un corte de manga. El anciano me cuenta, muerto de la risa, que una vez vino enseguida una segunda pareja de Guardias Civiles, y les sorprendieron a todos mofándose de los que iban en la avanzadilla. Estuvieron una semana sin salir a la calle. Pero no pasó nada. Me dice que a él no le importa que haya "moros, negros y tó eso". Muchos de los suyos tuvieron que marcharse con lo puesto a otros países y siempre se les acogió, por lo menos, con dignidad.Y favor por favor. Lo que no soporta es a los chinos. Le parecen "malajes" con esos ojos "medio cerraos". Ahora no es que se esté mal. Pero antes, por las mañanas, el sol entraba por la puerta de la calle y cruzaba la casa hasta iluminar el patio con tejadillo verde. Hoy, los bloques de pisos quitan mucha luz, pero en algún sitio tienen que vivir los jóvenes, me dice. Ya casi no hablan con los vecinos. Después de la cena echan la novela y casi todos, algunos hombres incluídos, hacen sueño viendo la televisión. Lleva muy mal que haya tantos coches. Sobre todo, está deseando cruzarse con el tipo que aparca una furgoneta amarilla enorme delante de la ventana de su cuarto de estar. Le condena a una visión que no es la última que quisiera tener antes de morir. Porque él morirá en su casa baja de La Calera. Lo tiene clarísimo. "Entre que llega la parca, estaré aquí tomando el fresco" Le pregunto de dónde es. "Manchego" Me dice, con la cabeza alta de un comunero emigrado. Le compro unos tomates, le doy los buenos días, y me marcho mirando cómo Celia canta mientras sacude la ropa para tenderla. En verano se seca en veinte minutos. "Yo vendo unos ojos negros ¿Quién me los quiere comprar?".

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