viernes, 7 de diciembre de 2012

Te está pequeña esa camisa.

Serrat y Sabina cantan a dúo a través del pc mientras yo observo el pliegue que tu pecho forma sobre tu nívea piel (sí, sí: "nívea"); y que se asoma por entre los botones de la camisa negra llena de pelos del gato. Te está pequeña. Simulo que escucho tu interminable discurso sobre lo mala que es la jefa. Deslizo los ojos como si fueran labios sobre tu cuello, y llego al primer botón de la minicamisa, que es un disco de Tony Zenet. Lo desabrocho con la mirada y me encuentro con la flor rosa que une las copas de tu sujetador. La bajada es ardua: requieres mi opinión y yo ni siquiera te estaba escuchando. Me invento algo y desabrocho mentalmente el segundo de los botones que me llevarán a tu ombligo. A estas alturas decido hacer noche en una cervecita, pero resulta ser un corto descanso: tengo la boca seca por el tabaco. Suenan los Bee Gees y me pongo moñas. Me imagino que tu parloteo contiene un mensaje cifrado, en el me declaras tu amor eterno. Enseguida me sacudo la cabeza y me recuerdo que lo único que quiero es follar contigo, así que me lanzo de cabeza a desabrochar telequinéticamente el penúltimo botón de mi viacrucis de cuatro. Me cuesta menos esfuerzo cuando te pones algo con cremallera. La maniobra mental de desacoplamiento de las dos partes de tu camisa, está a punto de finalizar. Me pongo el casco y voy a por el cuarto y último disco de plástico con la misma sensación que debe tener un mosquito cuando ve que va a morir aplastado en el cristal de la furgoneta. Blow Monkeys. Sigues hablando tonterías mientras recorro tu torso ahora desnudo con los dedos de mi coco enfermo. Supongo que soy adicto, también, a la droga de tu piel. Y eso que aún no la he probado.

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