sábado, 4 de julio de 2009

Almas, Almax y armas.

Hace años, sentado en la escalinata de la Iglesia donde me abrí la cabeza, mi primo Monchín me decía que en el año 2000 tendría lugar la tercera guerra mundial.
No me preocupaba demasiado, quedaban dos décadas para el año en cuestión, y me quedaba tan lejos que tenía la sensación de tener toda la vida por delante antes de la hecatombe.

Pasan 8 de los 2000. No ha habido guerra mundial, al menos de piel para afuera...

De piel para adentro las guerras son encarnizadas, fraticidas. El alma se levanta en armas cada cierto tiempo para socavar la moral del cerebro y el corazón. A menudo, el cerebro se rebela para machacar alma y corazón. Otras veces es el corazón el que belicoso alza la voz para montar el lío al alma y al cerebro.
Y unos por otros, jamás encontramos la paz.
Supongo que estos conflictos son la esencia del ser humano. De no existir, nos oxidaríamos indefectiblemente hasta morir de inercia.
Pero a mis veintiquince años tengo la sensación de que hay demasiados frentes abiertos en mi vida. Y lo que es peor, el armisticio ni siquiera se atisba en el horizonte.

El día del cumpleaños de uno, igual que el 31 de diciembre, es una jornada de propósitos.

La zona cero que es mi cuerpo está hoy poblada de cosas pendientes, y siente la necesidad de ir ganando batallas. Yo, que a veces manejo mi destino, voy a intentar ganar la batalla que más me preocupa: la de los besos que no llegan, la de la carne, la de la compañía eficaz y efectiva, la de las noches perdido en la inmensidad de la cama, la de la soledad insolente... Una vez ganado el frente de la Antártida, las demás batallas serán coser y cantar. Seguro.

(25/04/08)

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