sábado, 4 de julio de 2009

Historia de un desayuno.

Esta mañana no he madrugado. En realidad he visto en el reloj que eran las ocho y he pensado: "Un ratito más" Me he arrebujado en mi edredón de ánade sintético y he vuelto a abrir el ojo a eso de las diez. Con la cosa en el estómago he puesto los pies en el suelo y me he cagado en todo al comprobar que las zapatillas no estaban en su sitio. He ido al baño, y el canuto vacío de papel higiénico puesto sobre la taza del váter me ha recordado el problema "Olvidémonos entonces de las excrecencias, y vayamos directos a la deglución" he pensado. He tropezado con la perra y he encendido la luz de la cocina. Complacido por haberlo recogido y fregado todo la noche anterior, he encendido la cafetera y he repasado mi agenda para hoy en lo que el pilotito rojo se apagaba. El pilotito se ha apagado y he girado suavemente la manecilla que activa los mecanismos necesarios para comenzar la factura del café. He intentado cantar en el mismo tono del ruido de la cafetera (horas después he hecho lo mismo con la aspiradora)
He añadido leche al vaso con café y lo he metido en el micro. 30 segundos. Tiempo suficiente para rascarme con fruición las zonas no permitidas en sociedad. Joder, qué placenteras son esas sesiones de arrascamiento... Me he preocupado por la raja que hay en la puerta del microondas y he comprobado que el petróleoconleche estaba suficientemente caliente.
Se acercaba el momento culminante: Ayer compré sobaos pasiegos en el Aldi. He cogido el tarro de azúcar y he puesto cuatro (sí, cuatro) cucharadas del blanco manjar en el interior del hidrocarburo, removiendo después cuidadosamente para disolver perfectamente la Azucarera Española. Me ha parecido percibir a través de la puerta del armario el aroma de los bollos. He insalivado levemente.

Loco de alegría he sacado el paquete contenedor de cuatro sobaos. Lo he abierto y he abierto el paquete que junta los bollos de dos en dos. He abierto el paquete individual y he quitado el papel. Con las yemas de los dedos ya parcialmente impregnadas de grasita he cogido el preciado bollo. Me lo he acercado a la oreja y lo he apretado suavemente para escuchar el leve crujido de la bollería industrial casifresca. Perfecto. Nada podía estropear ahora el momento.
He sumergido el sobao en la mezcla desayunaticia. He calculado el tiempo perfecto de impregnación. He sacado el bollo para llevármelo a la boca con velocidad constante para que no se rompa. En ese momento, aproximadamente el 75% de la superficie del postre típico pasiego ha empezado a temblar. Inmediatamente he tenido el reflejo de volver a meterlo en la leche, pero enseguida he pensado que se me desharía en su interior. He decidido empujarlo hacia mi boca rápidamente para deglutir la máxima cantidad posible. En ese momento, cual lasca de hielo de un iceberg, un trozo enorme de bollo ha caído en la leche desde una altura de medio metro...

No te quiero contar cómo se ha puesto todo. Desde la mepamsa hasta la lavadora. Había café por debajo de los mandos del horno. Había desayuno por todas partes menos en mi gaznate...

He desayunado en el bar.


(20/01/09)

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