sábado, 4 de julio de 2009

El fin y un propósito.

Querida Amiga:

Perdóname.
Ya sabes que tengo una absurda tendencia a quejarme por todo. Se podría decir que soy la plañidera número uno de este velatorio en que se está convirtirtiendo el mundo. Supongo que me refuerza el que tú me hagas caso cuando me quejo por algo. Digamos que me siento atendido.

La verdad es que no puedo decir que me vaya bien a casi ningún nivel.

Me parece un triste consuelo aquello de que siempre hay alguien que está peor que uno. Sin embargo, en estos tiempos turbulentos miro a mi alrededor y veo mucho dolor mucho más profundo y justificado que el mío. Seguramente, el trocito de solidaridad que cedo a todas las personas queridas para mí que lo pasan mal hoy, viene a aligerar la gran tarta de caramelo pringoso que es mi vida. No te apures, no estoy teniendo una crisis de filantropía (sigo siendo el mismo cabrón)
No te estoy hablando de guerras o grandes problemas. Te estoy hablando de cuestiones domésticas, cotidianas; pero que sumadas meticulosamente conforman una gran marea negra que hace las calles un poco más grises.

No sé porqué creí que el fin del mundo sería algo así como una gran hecatombe, con volcanes en erupción, terremotos y eso... Puede ser que el fin del mundo venga suavemente, erosionando despacio a las personas. Con las personas, las ciudades, las sociedades...

Probablemente esto que estoy diciendo es una chorrada. De todos modos, por si el fín del mundo está llegando, he decidido vivir un poco mejor hoy.

Te aconsejo que hagas lo mismo.

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