miércoles, 22 de julio de 2009

Miércoles.

Mierda...

Te echo de menos...

Los minutos de plomo del miércoles caen indolentes en la balsa de aceite de mi vida. Salpicando cada rincón de mi indecisión.
Yo, que en mi puta existencia he planchado una camiseta, lo hago ahora cuidadosamente. Por si es esa la clave.
Yo, que nunca me afeito hasta que parezco un pobre mendigo, lo hago ahora dos o tres veces en semana. Por si es esa la manera de acercar un poco las generaciones...
Yo, que había aceptado los kilos de más como definitorios de mi vida, pienso ahora cómo adecuarlos a tus apetencias.

El desierto de las sábanas es más árido aún cuando no he paseado mis sueños por tus pechos inexplorados. No hay colores si mis ojos no se han bañado en tus ojos nuevos. Y no percibo los olores si no puedo compararlos con los de tu piel fragante de leche.

Siempre he optado por los imposibles. No me preguntes porqué, pero las cosas fáciles no me resultan atractivas.

Una vez alcancé la quimera... Duró lo que duró. Poco, en cualquier caso, pues me aguardaba la gran, gran cuesta arriba de tus piernas manchadas.

Pido al Dios en el que no creo que los miércoles se acaben cuanto antes. Mañana será otro día en el que perder.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Para algunas cosas, tal vez las más importantes, no existe manual. Se aprende, si es que se hace, errando.
Si hay alguna clave, probablemente sea la de no desfallecer, la de continuar, la de insistir; pase lo que pase, aunque lo que pase no sea lo deseado y cueste aceptarlo.