sábado, 4 de julio de 2009

Cuando muera...

No me costó mucho encontrarlo. Estaba ahí, sentado en posición fetal en medio del páramo. Sólo, derrotado e inerme.
Me acerqué y me senté a su lado. Noté que estaba llorando. No le dije nada (los derrotados no necesitan palabras. Sólo presencias) El perro ni siquiera me miró. Estaba ahí, tumbado con la cabeza entre las patas, resignado.

Me miró con los ojos llenos de lágrimas y me dijo: "Espero que haya alguien allí para cuidarme cuando muera"

Acto seguido supe que se sentía mejor. Se irguió levemente, estiró los brazos y la espalda, se puso de pie y emprendió el camino hacia la casa. El perro le siguió meneando el rabo. Enseguida desapareció entre la niebla.

Me alegré de haberle sido de ayuda y me quedé ahí sentado sobre el suelo yermo.

(28/07/09)


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