sábado, 4 de julio de 2009

Estas son las mañanitas.

5 30 de la mañana. Martes, 15 de Enero de 2008.

Abro la ventana para respirar el aire de la madrugada. Hay un silencio tal, que me parece oir el roce de las sábanas de mis vecinos contra sus cuerpos. El frío es lacerante, pero me da la sensación de que ese es el único aire puro que voy a respirar en el dia de hoy y aguanto dos respiraciones y media.
Siempre me cuesta mucho levantarme. Pero hoy, con el aroma de tu cuerpo entre las sábanas, ha sido un puto infierno. La gente dice que no es recomendable que el perro duerma con uno, pero por un día no pasa nada. Además, has sido la única hembra que ha pasado por mi cama en meses, y tengo la sensación de que vas a ser la última. En meses.

Busco razones para no ducharme. Me da una pereza terrible con este frío... No las encuentro y me ducho. Me alegro: siento que mis fuerzas se despiertan gracias a las gotas calientes aterciopeladas. Enseguida se me pasa el buen rollo: me he dejado el albornoz en la habitación, y en la habitación la ventana abierta. El frío que antes me reconfortaba, ahora me da por culo. Primer cabreo del día.

La cafetera hace un ruido insoportable. Además, sufro de audiofobia estresogénica mañanera, así que apago el cacharro antes de tiempo y me sale un café con aspecto de petróleo. Por las mañanas no me entra casi nada, así que me aprieto el café con dos galletas María, mientras miro el correo o el Foro. No sé para qué me molesto, nunca he encontrado novedad alguna. Pero bueno: los esquemas son los esquemas.

El café hace su trabajo, e inmediatamente tengo ganas de ir al baño. Una vez sentado, pienso en la putada que es que siempre me den ganas después de ducharme. El buitre que tengo en el estómago aprieta sus garras fuertemente, y termino enseguida. Antes, cuando no sufría estrés, me daba tiempo a leerme el Mortadelo. Ahora, toda la literatura escatoculturolectora que me da tiempo a sorber en el baño es la etiqueta del gel, que está en portugués... Me acuerdo de Rara Avis y de Shakespeare. Noto el morro frío de mi Perra en la pantorrilla, y con los pezones erectos, me doy cuenta de que ya debería levantarme de la taza.

Me pongo los pantalones, la camiseta interior, los tirantes, la otra camiseta, la sudadera, el buzo, el palestino y el gorro. Entonces empieza a picarme la espalda, y por más que me froto contra la ya renegrida esquina, no consigo aliviarme. No puedo meter la mano entre tanta capa de ropa, y solo me resta cagarme en el que más manda y aguantar.

Pongo el collar y la correa al chucho y me dispongo a salir a la calle. Como me pillen los calvitos con esta pinta de Kale Borroka, voy a alucinar.

Me sumerjo en el agua-nieve y abro el paréntesis del día. "¡Qué putada!"

(15/01/08)

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