sábado, 4 de julio de 2009

Chinos.

Siempre que voy contigo al chino a comer, o a cenar, me asalta un pensamiento que me sonroja, por incorrecto.

Esos y esas camareros y camareras son personas normales. Los ves ahí, con sus amplias sonrisas, con sus uniformes inmaculados, y parece que fueran muñecos (no voy a poner muñecos/as. Ya sé que tú sabes que no soy machista. Al menos hasta donde me doy cuenta) destinados a servir las mesas.
Seguramente alguno de ellos pertenece a una Asociación Cultural, un Partido Político, Un Equipo de Fútbol... Y tienen el alma partida porque no tienen muy claro quién estará llevando ahora las cuentas, que ellos cuidaban con primor.
Seguramente alguno de ellos tiene un amor que dejó lejos, y llora todas las noches. Llora de rabia, porque no sabe si el o ella le esperará.
Seguro que alguno de ellos tiene un perro o un gato al que adora, y que no se pudo traer. Y por las noches, mientras duerme, le parece oir a su amigo removerse junto a la cama. Despierta y no está.
Estoy convencido de que casi todos añoran el ligero olor a manzana de la casa de su madre, el calor del hogar, el sabor de aquel plato...
Probablemente alguno de ellos se pondrá los auriculares y, antes de dormir, escuchará con una profundísima tanguez las canciones de su patria.

Entonces viene a mí la certeza de que todos somos iguales. Las personas somos iguales.

Tengo que ir más a los restaurantes chinos. Me funcionan mejor que las noticias.


PD: Donde puse chino o chinos, lee ecuatorianos, colombianos, marroquíes, senegaleses, rumanos...

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